miércoles, octubre 25, 2006

Serrat de nuevo

Estaba sentada entre sus progenitores mientras comía su maravilloso helado triple: fresa de agua, cereza y limón mientras hacia recuento de cuantas veces había estado en una escena muy semejante a esa. Cuan familiar le resultaban esos olores que se mezclaban, que iban desde colonia, perfume, una rara combinación con campo, viejos tiempos y una pizca de cloro. La seguridad que le provocaba estar entre ellos era la misma que en remotos tiempos la hacían correr a su cuarto a refugiarse, así fuera de pesadillas lo mismo que de insomnio. De ahí que pensara que “no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí.”

El tiempo pasa y pocas cosas se quedan intactas en el recuerdo: aquel viejo árbol de navidad que era enorme, deja de serlo y se ve con gran decepción cuando un año al salir de su caja es más pequeño que nosotros; los ideales de la niñez junto con el gran súper héroe toman matices más reales y se aceptan que los poderes mutantes no son más que cualidades especiales como las que tiene cada persona, si nos tomamos el tiempo para conocerla; los niños siguen provocando al igual que en el kinder la causa de todos los males, pero aun cuando te sigan jalando el cabello y alzando la falda ya no son las misma intenciones. Y como olvidar a aquel gran primer amor que nunca recibió esa “carta de amor que se lleva el tiempo pintado en mi voz a ninguna parte a ningún buzón”. Las tertulias con los amigos que cambiaron las malteadas por las yardas, agua de jamaica por el vino tinto (la mayor parte de la veces) que siempre acompañan las platicas en las que agradecía por que si alguna vez fui sabia en amores, lo aprendí de tus labios cantores”, pensaba mientras recordaba a Teresa.

Afortunadamente hay cosas que no cambian como son los olores y las sensaciones que provocan: nada podía arrancarla con más rapidez de la cama como el olor que se impregna en la casa cuando hay sopa de fideo recién hecha; la felicidad indescriptible que la embarga al pensar que ya era invierno por que de la manera más dulce la despierta el olor a ponche que sube de la cocina hasta el cuarto y sin tocar la puerta entra sin otro cometido que hacerse presente, con todo los recuerdos que esto traiga. Esas son cosas que no cambian con el paso del tiempo, la seguridad que crean ciertos olores o lo inevitable que es seguirlos cuando al caminar por la calle de repente aparecen en el aire borrando de golpe los pensamientos para llevarnos al pasado; el olor de esa persona que murió, de aquella que marco parte de nuestra historia o de aquel viejo libro.

Agradeció al viento que habían acosado a esta bella ciudad que no solo había permitido tener una vista de la ciudad como pocas veces tenemos producto de la contaminación, si no que ella aseguraba había traído cual entrega especial olores y con ello recuerdos inclusive de medio oriente en especial una mañana cuando el tráfico la atrapo en Periférico y al bajar la ventana tratando de encontrar paz a sus ideas el aire se coló impetuosamente trayendo con el su olor, rodeándola como si la abrazara. Ese mismo olor gastado que aun ahora sigue buscando en su almohada antes de dormir por hacerla creer que no esta taaaaaan lejos.


Todo lo anterior para decir que “tus recuerdos son cada día más dulces, el olvido solo se llevo la mitad y tu sombra aun se acuesta en mi cama con la obscuridad entre mi almohada y mi soledad.”
Lucia, Joan Manuel Serrat

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