lunes, septiembre 11, 2006

Un libertino en un funeral o Elementos de axiología:

El ambiente era seco y muy caluroso. El sol inclemente, se filtraba entre la concurrencia de dolientes para estrellarse impúdico sobre los paños negros con los que tristemente se ataviaban. Yo me senté en una jardinera que se alzaba frente a la puerta del recinto donde lloraban las hermosas hijas a su padre muerto.
No sabía qué hacer sino mirar y mirar las tibias lágrimas correr por el pálido rostro de la más esplendorosa visión femenina que hacía años no contemplaba. La pérdida del ser humano que yacía en el interior del cofre apenas me dolía, casi nada, si acaso, me provocaba una ligera comezón en el alma.
En cambio, las voluptuosas formas de la joven me provocaban mil explosiones emocionales en el espíritu. Apenas tuve fuerzas para controlarme y no saltar a besar sus labios de fresa. La veía llorar y a cada momento me parecía más hermosa, inmersa en su desesperación.
No se si fue el peso de mis ojos, pero el hecho fue que se levantó y salió caminando con cierta prisa, entonces ya no pude más, miraba sus caderas balancearse de un lado a otro, con un dulce ritmo que embelesaba todos mis sentidos. Me levanté y la primera reacción fue ir tras de ella; mis piernas se movían solas; pero gracias a no sé qué extraño hada, un pensamiento pasó frente a mis ojos con la velocidad de un rayo: me mostraba las consecuencias que posiblemente acarrearían mis acciones. Reuní toda la voluntad que pude y entonces me detuve; di media vuelta y salí de la casa apresuradamente, tal como lo haría un asesino que se aleja de la escena del crimen al escuchar las sirenas de la justicia.
Unos momentos después, tal vez dos horas o dos milenios, partió el cortejo fúnebre hacia la iglesia. El sol, más impúdico que yo todavía, no dejaba de centellear, y entonces le tuve mucha envidia, pues lo veía saborear lánguidamente con su lengua luminosa el pecho y las nalgas de la muy bella ¡tanto como puede serlo una mujer en un día!
Caminábamos pues y yo me sentía flotando en la pesada y abrasante atmósfera del infierno, hasta que llegamos a la iglesia. Entramos, lo único en lo que pensaba era en sentarme en un lugar apropiado desde el cual pudiera observar los movimientos de mi ahora ya tan amada criatura. El sermón fue para mí un conjunto de sonidos inarticulados e ininteligibles. Yo sólo quería mirarla, pensaba en besarla, en hacerle el amor una y mil veces; ¡Ah! si las imágenes y las estatuas del templo hubieran conocido mis pensamientos, no creo que me hubieran seguido sonriendo con al suavidad y dulzura; me habrían estrellado la cabeza con las manos de piedra, o al menos eso hubiera hecho yo en su lugar. Sin embargo he aquí las cosas: yo soy un pecador, una escoria despreciable carente de moral o de principios éticos de cualquier índole, pero soy de carne y hueso, y aquellas sólo de fría piedra jajajajajajajajajajajajajaja
Acto seguido nos encaminamos al cementerio. El camino era rústico, de piedra y arena, y el aire se llenaba de polvo a medida que los dolientes avanzaban como un rebaño de vacas. Yo me las ingenié para caminar al lado de mi princesa. Al fin llegamos y una huerta de centenares de cruces ofrecía un humilde y desamparado espectáculo a nuestros ojos. Caminamos por un estrecho sendero detrás del ataúd metálico, y después de unos cuantos pasos llegamos a la fosa. Mi dulce ninfa se sentó sobre una losa, y yo me deslicé hacia ella con sigiloso y circunspecto caminar. Una resbaladiza serpiente no lo hubiera hecho mejor.
Me senté junto a ella y mi cuerpo gozó de su divino contacto, en el codo, en un costado de la rodilla. Ni siquiera me notó. Esto era todo un éxito, pues no quería que me notara; no quería que nadie me viera gozando de tan extraño placer. Mi rostro me hizo traición por un momento y sonreí triunfante. Le miré el rostro, estaba cabizbaja, apoyando la frente sobre la mano; tenía los ojos perdidos, parecía en trance, y las lágrimas no dejaban de afluir; una de ellas temblaba indefensa en las pestañas; deseaba beberla.
¡Que las lágrimas no dejen de brotar! pues gran parte de la magia desaparecerá con ellas. Ahora me doy cuenta de que parte de mi goce se derramaba del pecado mismo. Era un estado de lujuria y placer ante la infame violación de los principios morales; todos mis demonios se regodeaban en la abyección de mis pecados. Pero nadie notaba tan horripilantes pensamientos; el sol seguía brillando...
Al fin, unos cuantos hombres vigorosos cubrieron al muerto de tierra y todos nos marchamos; yo no pude seguir mirando a mi diva, mi dulce, amada y rubia imagen femenina se apartó del lugar, en un vulgar coche blanco.
Me quedé ahí un momento, como clavado en el suelo, gustando todavía el dulzor de mis sucios pensamientos. Cuando recuperé la conciencia de mí mismo, caminaba al lado de algún oscuro personaje, y mi cuerpo olía a polvo, almizcle y azufre....
FIN

X. D.

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